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CUANDO LAS LUCES DE LA CIUDAD SE APAGUEN

GÉNERO: NOVELA

AÑO: 2005

EDITORIAL: STAF.THENEW.POPBOOKS

AGOTADO

SINOPSIS

 

Su chica se cambió de nombre y decidió que la llamasen Grace, por Grace Kelly y por la canción de Jeff Buckley. Un día, él se compró una pistola y ella comenzó a soñar con lobos. Les pusieron punto y final a su historia de amor en Praga. Su mejor amigo, Dirty, debía su apodo al octavo disco de estudio de Sonic Youth. Y al hermano pequeño de éste le cortaron el pelo y se lo decoloraron con agua oxigenada para que se pareciese a Ponyboy. En fin, una novela patológicamente romántica en tiempos borrachos de pragmatismo. Cabe destacar la fuerza emotiva de sus páginas y la capacidad de su autor para plasmar en palabras los sentimientos y los conflictos propios de toda una generación. Una historia que nos lleva a principios de los años noventa y nos cuenta las andanzas de unos amigos inseparables que sueñan con un futuro lleno de vivencias mágicas y compartidas, pero el destino hará que cada uno siga rumbos distintos hasta volver a reencontrarse cuando ya rondan la treintena. La novela culmina como una especie de Road Movie en la que, Dirty y Cielo, huyen de sus pasados con rumbo a Casablanca bajo la tormenta de acordes de una canción de Queens of the Stone Age y rememorando fragmentos de la memorable película protagonizada por Bogart. De la mano de sus protagonistas, descubriremos un sitio desde el cual puedes ver cómo los aviones pasan por encima de tu cabeza antes de aterrizar y casi puedes acariciar sus vientres, acudiremos puntuales a la fatídica cita con la lluvia de estrellas fugaces, huiremos de la policía montados en un cadillac amarillo, y veremos cómo la sociedad puso una pistola en las manos de alguien que jamás debiera haber empuñado un arma. La novela es un canto a la amistad y una alegoría de la libertad en un mundo en el que, muchas más cosas de las que pensamos, nos oprimen sutilmente y marcan nuestro destino. Pero si decides labrar tu propio camino, no van a ponértelo fácil, tendrás que pagar un precio. La novela combina magistralmente varios registros narrativos y está estructurada como un disco. Llegado un determinado punto, no sabes si estás leyendo un libro o si estás escuchando una sinfonía orquestada con palabras.

 

 

PRIMERAS PÁGINAS

 

INTRO.

.LAS NUEVAS CICATRICES DEL CIELO

 

Tan solo un rato antes yo había estado limpiando la pistola en mi habitación. La tenía guardada en el primer cajón de la mesita de noche. Mi padre no sabía que yo tenía una pistola. En realidad mi padre no sabía casi nada acerca de mí. Al pasar junto a su habitación para regresar al salón, comprobé que la puerta estaba cerrada. A él no le gustaba que las puertas de las habitaciones estuviesen cerradas; ésa era una de sus muchas manías.

         Él acababa de llegar al piso; oí la puerta y oí sus pasos en el pasillo. Un atardecer cobrizo se cernía cándidamente sobre la ciudad encendida. Nos encontramos los dos en el salón y, antes de que él hablase, el clamor de una bandada de pájaros le asestó varias puñaladas al silencio de aquella tarde de otoño. Yo acababa de sentarme en uno de los sillones y estuve a punto de levantarme y de asomarme a la ventana para calibrar con mis propios ojos el alcance de las nuevas cicatrices del cielo, pero aquella frase me detuvo:

          -He hecho algo horrible.

          Le pregunté de qué se trataba y, cuando me lo contó, le dije que aquello no podía ser cierto. Él me dijo que entrase a su habitación para que me convenciese de que sí lo era. Me encaminé hacia allí vacilante y acerqué mi mano temblorosa al pomo de la puerta. Fuera, el atardecer, estaba ya dándole paso a la noche.

          Y, mientras tanto, en alguna otra parte de la ciudad, Dirty, le arrancaba jirones de carne al asfalto con su descapotable amarillo, el mismo coche con el que, a la mañana siguiente, abandonaríamos la ciudad para siempre.

 

 

 

 

CARA A.

.HAY UNA LUZ QUE NUNCA SE APAGA

 

1

 

El 21 de noviembre habrá una lluvia de estrellas fugaces. Ha sido detectado un nuevo cometa y, según parece, en la fecha indicada la tierra podría encontrarse con material eyectado por el mismo. Según algunos expertos, el 21 de noviembre la geometría de las órbitas de la tierra y la del cometa serán favorables. Ese día nuestro planeta se encontrará a 0,11 unidades astronómicas de la trayectoria de dicho cometa. Por poner un ejemplo, el cometa Giacobini-Zinner ya ha generado buenas lluvias a dicha distancia. Los mejores lugares del planeta para admirar el máximo de esta lluvia serán Europa y las zonas boreales. El cometa dejará a su paso una estela de polvo cometario que se convertirá en estrellas fugaces al entrar en contacto con la atmósfera terrestre.

 

2

 

Conduje hasta la playa. Era verano pero aún era muy temprano así que hacía un poco de frío. Las olas arremetían contra el acantilado y en el lejano horizonte se recortaba la silueta melancólica de un polvoriento pesquero. Grace me miró a los ojos; llevaba puesto un vestido azul; estaba muy guapa a pesar de que yo aún no me había acostumbrado del todo a verla con el pelo tan corto y tan rubio. Había estado llorando durante toda la noche y parecía una actriz triste. La miré y no pude evitar pensar en Edie Sedgwick. Luego pensé en una niña a la que su madre le estaba cortando el cabello que era amarillo y largo como los rayos del sol y, seguidamente, en una caravana de camiones llenos de algo capaz de enviarnos a todos al infierno. Más tarde, intenté no pensar en nada más e hice un esfuerzo ingente por ponerle una especie de mordaza a mi cerebro para que los pensamientos dejasen de croar durante un rato. Ella dibujó un corazón en la arena con la punta de su zapato y luego lo borró bruscamente. Yo le dije que pasear por la playa era como dar vueltas alrededor de un cuadrilátero, como tomarte un pequeño tiempo muerto para estudiar al contrincante antes de volver a lanzarte a la lucha cuerpo a cuerpo. La playa es el balcón del continente y yo siempre he pensado que me resultaría tremendamente difícil acostumbrarme a vivir en una casa sin balcones. El día anterior yo había estado releyendo Una habitación con vistas. Ella me llamó y dejé el libro colocado encima de la mesita de noche de mi habitación. Nos encontrábamos en la playa, oyendo la canción del mar, con la mirada perdida en la lejanía como si un final feliz nos estuviese aguardando a todos en alguna parte. Iba a darle un buen susto a aquel tipo; yo ya no estaba enamorado de Grace pero la seguía queriendo muchísimo, como se quiere a una hermana o a un amigo con el que se tenga un roce intenso; en cualquier caso, la apreciaba lo suficiente como para no estar dispuesto a permitir que nadie le hiciese daño.

          Aquel tipo abandonó a Grace hacía ahora aproximadamente unos seis meses, cuando ella le dijo que se había quedado embarazada. Entonces el tipo le dijo que si no abortaba la abandonaría y ella se negó en rotundo a hacerlo y él cumplió su palabra. Grace se quedó destrozada y, durante las semanas siguientes, se aferró a la ilusión de la nueva vida que comenzaba a gestarse dentro de su vientre para poder afrontar mejor aquel revés sentimental inesperado. Días después de que aquel tipo la abandonase, ella se llegó a mi casa. Recuerdo que fue justo el día antes de que yo me marchase a Moscú para visitar a mi amigo el ruso. Yo iba a pasar allí solamente una semana. Justo después de esa semana me cumplía el contrato en el hotel y aún no sabía si me lo renovarían o no. Me jodió muchísimo verla tan abatida.

          -Mi novio me ha dejado porque me he quedado embarazada. He alquilado un apartamento precioso                   cerca de la playa. Tendré a mi hijo yo sola. El pequeño verá todos los días el mar.

          Pero tan solo tres meses después de eso, la vida volvió a propinarle un nuevo revés, esta vez mucho más doloroso que el anterior. Grace perdió a la criatura que esperaba. Cuando su ex novio se enteró de la noticia fue a hablar con ella para tratar de arreglar las cosas y retomar la relación. Entonces, Grace, le dijo que ya no le amaba, que no podía seguir amando a un tipo que se había comportado de aquel modo tan egoísta y ruin. El tipo no lo encajó demasiado bien y, a partir de ese día, empezó a hacerle la vida imposible; iba al apartamento de Grace y no dejaba de aporrear la puerta y de armar escándalo hasta que ella le abría y además las llamadas al móvil también eran constantes suplicándole obsesivamente que volviese con él a toda costa. Y ésa básicamente había sido la tónica durante los tres últimos meses. Yo sabía que había perdido a su criatura porque ella me llamó un día para contármelo pero, después de eso, no había vuelto a tener contacto con ella y no sabía nada acerca de las amenazas de su ex.

          Pero aquella tarde el tipo había ido demasiado lejos y Grace me llamó llorando y me lo contó todo. La había forzado a mantener relaciones sexuales contra su voluntad y la había golpeado violentamente y la había amenazado de muerte si no aceptaba volver con él. Yo por teléfono le dije que debía denunciarle pero ella me dijo entre sollozos que no quería hacerlo, que no quería que nadie más se enterase de lo que había sucedido aquella noche en su apartamento. Grace se sentía culpable y sucia y afirmaba una y otra vez que su ex novio tenía toda la razón del mundo cuando afirmaba que su coqueteo con ciertas drogas había sido la causa directa de que su bebé hubiese muerto y, como eso había sido así, pues ella se había autoconvencido de que se merecía todo lo malo de este mundo, incluido que aquel miserable la golpease y la violase y la amenazase. Yo le dije que no se moviese de su apartamento, que llegaría allí en media hora. Colgué el teléfono y me puse lo primero que pillé y bajé y conduje nerviosamente hasta su apartamento en la playa. Cuando la vi, cuando vi su mentón amoratado y sus ojos hinchados por el llanto, di un puñetazo contra la pared y mis nudillos comenzaron a sangrar y luego la abracé y besé su mejilla y su cabeza reiteradas veces, como si ésa fuese la única manera que encontraba para liberar la rabia que me invadía.

          Y ahora nos encontrábamos haciendo tiempo en la playa. Ya estaba amaneciendo. Grace no había dejado de llorar durante toda la noche. Estaba aterrada. El coche estaba aparcado mirando al mar y nosotros estábamos apoyados sobre el capó contemplando las olas. La ciudad comenzaba a poblarse de ruidos y de luces, y, mi coche rojo, visto desde arriba a una distancia considerable, debía asemejarse a una especie de mancha de sangre sobre la arena. En la radio estaban sonando los Smiths. Antes de sacar la pistola besé a Grace en la mejilla. Luego sujeté el arma firmemente con ambas manos y estiré los brazos apuntando hacia las olas. Imaginé que podía hundir aquel barco de un solo disparo. Siempre llevaba mi pistola en la guantera. Grace encendió un cigarrillo. Luego me dijo:

          -¿Te acuerdas de la bronca que tuvimos cuando te compraste esa pistola?

          -Claro que lo recuerdo. Tú no querías dormir con un arma dentro de tu habitación.

          -A partir de aquella noche comenzaron las pesadillas. Dejé de soñar con mariposas y vinieron los lobos. Cuando te compraste la pistola fue cuando terminé de darme cuenta de que nos habíamos convertido en personas distintas.

          -Nos conocimos siendo demasiado jóvenes. Después de aquello, nos hemos convertido varias veces en     personas distintas. Ni tan siquiera nos parecemos físicamente.

          -Ya; de todos modos, sabes que sigue sin gustarme que duermas al lado de esa pistola o que la lleves         dentro de tu guantera. Las armas me dan miedo.

          -A mí me da miedo no llevarlas. La ciudad ha cambiado mucho en muy poco tiempo y hay que estar un   poco ciego para no verlo.

          -Yo nunca mataré a nadie.

          -Yo nunca dejaré que nadie me mate a mí. El ex novio de Grace llegaría a su piso en media hora aproximadamente. Era médico y aquella noche tenía guardia. Grace aún conservaba una copia de la llave del piso en el que habían estado conviviendo durante el año que había durado su relación y ella sabía que él no había cambiado la cerradura. Entraríamos cuando calculásemos que ya se habría metido en la cama; Grace se quedaría en el recibidor y yo entraría hasta su cuarto; él a mí no me conocía de nada. Simplemente le diría que era un amigo de Grace con mucha mala leche y pocas cosas que perder. Le daría un buen susto y ya no volvería a molestarla. El plan consistía en eso, en darle un buen susto. Aquel tipo en el fondo era un pijo de mierda, un niñato de papá acostumbrado desde niño a que todo se hiciese como a él le daba la gana sin que nunca nadie le llevase la contraria. Y, cuando algo se le resistía, trataba de conseguirlo empleando la fuerza o bien recurriendo a su dinero.

          Dije que ya era hora de marcharnos. A lo que Morrissey respondió: driving in your car I never never         want to go home.

          Grace abrió la puerta del piso tratando de hacer el menor ruido posible; entramos y luego cerré la puerta sigilosamente.

          -Tú quédate aquí -le dije.

          Yo entré hasta el dormitorio de aquel tío; justo cuando me hallaba bajo el marco de la puerta pude oír el jadeo de su respiración; ya estaba dormido. Me acerqué y me coloqué a un lado de la cama. Le puse el cañón de la pistola en los labios; el tipo se despertó sobresaltado pero apenas fue capaz de emitir un gemido antes de apercibirse de la situación. Se quedó totalmente paralizado. Le obligué a abrir la boca y le metí el cañón de la pistola dentro. Estoy convencido de que con aquello habría sido más que suficiente. Pero le saqué la pistola de la boca y le tapé la cabeza con la sabana que estaba rociada a un lado y me coloqué a horcajadas sobre su vientre y le estuve dando puñetazos hasta que Grace entró y me dijo que lo dejase porque iba a matarle. Entonces le quité la sábana ensangrentada de la cara. Le volví a introducir el cañón de la pistola en la boca y le advertí que, si volvía a acercarse a Grace, la próxima vez le invitaría a desayunar media docena de balas.

 

3

 

Grace ya no tiene tanto miedo. Nos alejamos de la casa de aquel tipo. Conduzco rápido. A ella nunca le ha gustado que conduzca tan rápido. Los dos sabemos demasiadas cosas acerca del otro. Los edificios están sucios y la ciudad parece cansada. Nadie nos está aguardando en ninguna parte a ninguno de los dos pero, sin embargo, ella parece más triste que yo. Nunca he conseguido entender esa tristeza perenne y extraña de las chicas, pero advierto que siempre está ahí de algún modo. Es como si en sus rostros siempre fuese otoño. Me coloco las gafas de sol. La ciudad se enturbia aún más. Ahora el día tiene el color de las hormigas. Ella dice que no quiere volver a su apartamento aún, que la invite a desayunar en algún sitio. Paramos y entramos en una cafetería. El camarero tiene uno de esos rostros sin gracia que siempre consiguen irritarme. Y, cuando me irrito, me suele sentar mal la comida. Yo pido algo normal y ella pide un helado de fresa. Últimamente tengo la sensación de que nada está en su sitio pero, al menos, Grace ya no tiene tanto miedo.

 

4

 

Grace tenía un perro. Se llamaba Sinatra. A Grace le gustaba mucho Sinatra. A mí no me gustaba nada. A Grace le gustaban sobre todo los cantantes muertos. De todos modos, ella caprichosamente situaba a un buen puñado de cantantes muertos en el cielo y a otro puñado en el infierno por razones que nunca llegaba a explicar del todo bien. Según ella, Sinatra, Elvis, y Lenon estaban en el cielo mientras que Kurt, Hendrix, Morrison, o Ian Curtis estaban en el infierno. Pero lo que hacía que, según su opinión, los primeros estuviesen en el cielo y los segundos en el infierno no tenía nada que ver con el hecho de que la música de unos le gustase más que la de otros. Eran otro tipo de argumentos que rara vez esgrimía esclarecedoramente, entre otras cosas, porque estaba claro que aquellas afirmaciones no podían sostenerse sobre ninguna lógica. Las opiniones de Grace eran muy suyas; eran principalmente eso: las opiniones de Grace. Y esa era precisamente una de las cosas que más me atraía de ella, el hecho de que acostumbrase a tener sus personalísimas opiniones con respecto a casi todo; no era de esa clase de persona que solía conformarse con lo que le contaban sino que ella más bien solía cuestionarlo todo y luego extraer sus propias conclusiones, forjar sus teorías propias tanto de los asuntos más trascendentes como de los más irrelevantes. Grace tenía sus propias teorías acerca de cómo había que lavar las sartenes y también acerca de los viajes a través del tiempo. Lo que no me gustaba tanto era que cuando hacía alguna aseveración, fuese del tipo que fuese, la mayor parte de las veces se negaba a hacer demasiadas aclaraciones al respecto; quiero decir que si tú no la entendías a la primera no se preocupaba por explicártelo sino que a ella le bastaba con creérselo ella y le importaba un comino dejar en vilo al resto de la gente. Repito, ella decía que la voz de Kurt procedía del infierno y se quedaba tan a gusto y si tú le preguntabas el por qué ella ya se encontraba en cualquier otro lugar que, casi con total seguridad, se hallaba a miles de kilómetros de Seattle.

          Pero volviendo con el asunto del perro. Era uno de esos perros pequeños y feos que ladraban y agobiaban todo el rato de una manera totalmente desproporcionada a su tamaño irrisorio. La verdad es que al final acababas cogiendole cariño al puto perro pero al principio siempre sentías deseos de reventarlo a patadas, de demostrarle a aquel chucho feo y vacilón lo mierda que era. Yo, sinceramente, lo habría presentado sin el más mínimo reparo al casting de Holocausto Caníbal. El tema es que nunca me he llevado demasiado bien con los animales; en realidad todas las mascotas son un poco gilipollas por más que a sus dueños se les caiga la baba haciendo alarde de las manifestaciones de inteligencia casi humana del animal.

          Solíamos sacarlo a pasear junto a una vieja vía de tren que había en una zona un poco más apartada del barrio de Grace. Aún quedaban algunos vagones oxidados unidos en indisoluble comunión a la vía. Aquel era un descampado enorme lleno de montículos y de matojos. El perro de Grace corría como si fuese una foca por encima de la hierba al tiempo que sorteaba las decenas de latas oxidadas y las muñecas desmembradas. Los niños solían irse allí a jugar y a pelearse y a fumarse sus primeros cigarrillos envueltos en una clandestinidad morbosa y lejos de las miradas de sus padres. Grace y yo sacábamos a pasear al chucho y nos cogíamos de la mano y nos besábamos y disfrutábamos viendo cómo los niños ponían a prueba su puntería arrojándole piedras a alguna lata colocada encima de la vía o cómo jugaban al escondite ocultándose dentro o parapetándose detrás de los vagones. Había concretamente un vagón con el que había que tener especial cuidado porque un grupito de yonquis había establecido allí su cuartel general. Y, precisamente, una vez el bonito del perro de Grace se metió dentro saltando encima de unas cajas de madera y luego desde éstas al interior del vagón. Grace y yo aguardamos un rato a ver si salía por su propia voluntad pero, al ver que no lo hacía, decidí entrar yo a sacarlo. El perro estaba jugando con un yonqui. El yonqui le extendía la mano y el perro se la lamía como si le conociese de toda la vida. Yo pensé para mis adentros: serás hijoputa, chucho de mierda, conmigo que te saco a mear no tienes un puto detalle y ahora no paras de hacerle carantoñas al muerto de hambre este.

          -Hola -dije.

          -Hola -dijo el tipo.

          -¿Es tuyo el perro?

          -No; bueno sí.

          -En qué quedamos; ¿es tuyo o no?

          -Es de mi novia; si fuese mío ya lo habría reventado a patadas.

          -No hables así, tío, yo antes también tenía un perro. -El tipo sonrió-. Se llamaba Manchester. Estuve viviendo allí durante un tiempo.

          Luego yo me vine y Manchester se quedó en Manchester; en realidad, al igual que en tu caso, el perro también era de mi chica. Era un poco más grande que éste pero igual de simpático.

          -Este perro no es simpático. Este perro es un rancio que te cagas.

          -Eso es porque es muy inteligente y él percibe que no te cae bien y por eso se muestra frío y arisco             contigo.

          -Este perro es gilipollas, parece un puto gato, y si no fuese porque estoy enamorado de su dueña ya lo       habría llevado hace algún tiempo al aeropuerto y lo habría facturado como si fuese una puta maleta y lo             habría mandado a Manchester junto con el tuyo.

          -Tío, tampoco te pases.

          -¿Quién me va a decir que no me pase, un yonqui de mierda como tú?

          -Vale, tío, tengamos la fiesta en paz.

          -Mejor será.

          Me agaché y cogí al chucho y el hijoputa hizo varios intentos por morderme. Sinatra parecía querer quedarse allí con el yonqui y la verdad era que por mí encantado, como si quería meterse un puto           chute en el hocico. Grace me llamó desde fuera.

          -¡No te preocupes, Grace, tu adorable perro está aquí haciendo amistades pero ya bajamos! Cuando me     iba a ir el tipo me dijo:

          -Oye, ¿no tendrás algo de dinero suelto verdad?

          -Para ti no.

          -¿Y un cigarro?

          -Lo siento pero me estoy quitando.

          -¿Y un libro?

          -¿Un libro? No, ahora mismo no llevo ninguno encima, uno no suele llevar un libro encima.

          -¿Ni tan siquiera uno de bolsillo?

          -No, ni tan siquiera uno de bolsillo. ¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso tengo cara de vendedor de libros         ambulante?

          -Déjalo, era sólo porque me apetecía leer algo.

          -¿Algún escritor en particular?

          -La verdad es que siendo alemán me da lo mismo.

          -Pues no ha habido suerte -concluí al final secamente.

          Me fui de allí con el chucho y le conté a Grace la conversación con el yonqui. En el fondo me sentía un poco mal por haber sido tan borde con aquel tío que bastante desgracia tenía ya con lo suyo. Grace se quedó un poco extrañada con lo del libro al igual que yo y nos fuimos. Al día siguiente seguía dándole vueltas a la conversación con aquel peculiar yonqui y cogí una novela de casa de Grace, una de Thomas Mann, concretamente La Montaña Mágica, y fuimos a las vías a sacar al perro como la tarde anterior y miré dentro del vagón recelosamente para ver si el tipo estaba allí, pero no hubo suerte. Había otros dos yonquis. Les describí a su colega y me dijeron que no lo habían visto ese día. Repetí la misma operación una par de días más y finalmente decidí dejar el libro colocado dentro del vagón, en el mismo sitio en el que el tipo estaba sentado el día que yo entré para buscar a Sinatra. Y, después de casi un mes, cuando Grace y yo ya casi nos habíamos olvidado del asunto del libro, una tarde Sinatra se puso a olisquear unas hojas que había esparcidas por el suelo. Estaban impregnadas de cierto color marrón macilento. Me agaché y miré una de las hojas y pude leer algunas de las frases que habían podido sobrevivir a aquel bombardeo masivo de excrementos. Entonces pude constatar horrorizado el hecho de que los putos yonquis se habían limpiado el culo con La Montaña Mágica. Me fui corriendo hacia el vagón de los yonquis, con cierta mezcla de cabreo e indignación, y cual fue mi sorpresa al comprobar que, dentro, y sentado en el mismo lugar de la otra vez, estaba mi yonqui. Subí al vagón. Lo que quedaba del libro seguía estando allí en un rincón.

          -¡Eres un cabrón! ¿Para eso querías el libro?

          -Yo también lo he visto pero te prometo que no he sido yo. Yo nunca le haría eso a Thomas Mann. He       sido el primer ofendido al constatar que La Montaña Mágica se había convertido en una montaña de                   mierda.

           -De todos modos, el libro es un poco pesado.

          -Ahí te doy parte de razón. Thomas Mann cuando lo escribió se quedaría a gusto.

          -Veo que ahí sigue quedando el resto del libro; si quieres te puedes seguir limpiando el culo con él.

          -Puedo estar de acuerdo contigo en que es un poco pesado pero te repito que yo jamás llegaría hasta el     extremo de limpiarme el culo con él.

          -Bueno; ¿te apetece fumarte un cigarrillo?

          -¿Pero no te estabas quitando?

          -Sí, me quité pero me he vuelto a poner.

          -Gracias.

          Le ofrecí un cigarro; yo me encendí otro y fumamos, y, al poco rato, llegó Grace con Sinatra. Estuvimos charlando con él acerca de muchos temas; era un tipo muy inteligente; tenía estudios universitarios y todo pero la vida esta, que a veces no hay quien la entienda, había hecho que sus huesos fuesen a parar dentro de aquel maloliente vagón.

          En cualquier caso, he comenzado hablando del perro de Grace y, como consecuencia del nombre del mismo, nos hemos ido desviando del tema y hemos acabado hablando de Thomas Mann y de La Montaña Mágica. Pues bien, con la vida suele pasar un poco lo mismo que con los temas de conversación. Uno entra a un sitio al que ni tan siquiera tenía pensado entrar y de repente ese sitio te lleva a otra parte y así sucesivamente y al final tus planes han tenido tan poco que ver con el lugar en el que te encuentras ahora como un niño que sopla las velas de su tarta de cumpleaños en Munich con un tornado que esté teniendo lugar al mismo tiempo en Dallas; y, en definitiva, vas perdiendo el control sobre las cosas que te rodean y te das cuenta de que la vida que tú querías para ti la lleva colocada sobre su cabeza tu vecino como si fuese un sombrero nuevo y continuas entrando y saliendo de los sitios como si fueses un pene agraciado y soportando a Sinatra cuando tú realmente lo que querías era que todos los cantantes del mundo tuviesen la garganta de Jimi Hendrix.

 

5

 

Las chicas casi siempre duelen; de alguna manera o de otra pero casi siempre acaban doliendo.

 

 

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